miércoles, 26 de marzo de 2008

¿Para qué ir al médico si tengo a Google?

Que tengamos un dolor intenso en el brazo o unos ligeros mareos no quiere decir que estemos apunto de sufrir un infarto o que tengamos falta de riego cerebral como podría diagnosticarnos Google. Podría ser simplemente un dolor local provocado por una mala postura o un aturdimiento por haber conducido en exceso. Este es sólo un ejemplo práctico de lo que muchas veces sucede al obviar los canales adecuados en materia de salud.

Como ya hemos visto en el recorrido de este blog, la fuerza y poder que puede desatar Internet puede convertirse en un arma peligrosa. La inmediatez tan deseada por la generación digital hace especialmente vulnerables a quienes la lideran: los jóvenes. Para ellos, Google es su libro de consulta habitual. Pero no sólo los jóvenes en general son presas fáciles ante los peligros de los falsos médicos en la Red... Existe una patología cada vez más abundante en la sociedad cuyos enfermos se ven perjudicados seriamente ante el fenómeno Google: la hipocondría.

Recientemente hemos podido leer en la prensa una noticia alarmante: “El 25% de la información de salud en Internet es falsa”. A pesar de este titular, según he podido rastrear en otras noticias y medios, la realidad es aún más cruda ya que se afirma que el porcentaje de datos falsos respecto a salud en general puede alcanzar el 41%. De modo que, ¡casi la mitad de las entradas de Google y otros buscadores sobre salud es información errónea!

Como afirmaba anteriormente, la gente joven es la que con mayor frecuencia recurre a Internet para averiguar el porqué de determinado síntoma o dolor, conocer que consecuencias tiene la ingesta de determinado medicamento, etc. Y es que el paso de acudir a un especialista es para algunos difícil de dar cuando en principio sólo pretenden obtener algo de información. Lo que sucede es que en este primer paso comienza un bucle del que es difícil salir. En España, las búsquedas más frecuentes son las que se realizan bajo los conceptos: dieta, obesidad, alergia, jaqueca y cáncer. Aunque todos esos conceptos están siendo desbancados recientemente por los de “caída del pelo” y “medicamentos para dejar de fumar”.

Existen tres tipos de usuarios ante la búsqueda de este tipo de contenidos: personas sanas que realizan búsquedas esporádicas (los más habituales), personas recientemente diagnosticadas de alguna enfermedad que inician su búsqueda para localizar respuestas y, por último, enfermos crónicos o hipocondríacos que utilizan Internet de modo habitual para verificar sus síntomas. Las búsquedas son generalmente sobre síntomas específicos, búsqueda de tratamientos y hábitos de vida saludables.

Un capítulo aparte merecería la cantidad de personas que pretender encontrar en Internet la dieta perfecta ante su problema de sobrepeso, a veces inexistente. Son dietas que pueden tener consecuencias graves sobre la salud de las personas, ya que en muchos casos no están supervisadas por un dietista profesional. La información sobre alimentación vinculada a la salud está especialmente alterada en Internet y puede desencadenar en una auténtica alarma social.

¿Cómo pueden los consumidores, presumiblemente inteligentes y bien informados, determinar qué es legítimo y qué no cuando se trata de información sobre salud en la Red? Pues la respuesta es que no existe un criterio claro al respecto como ocurre con cualquier tipo de información, sólo seguir el sentido común y atender que se trate de urls oficiales.

La conclusión de todo esto pasa por tener claro que Internet no será nunca nuestro médico de cabecera ni nuestro farmacéutico particular. Aprender a desconfiar de la información que no procede de una fuente fiable o profesional y saber que Internet somos todos y que no todos tenemos buenas intenciones. Y por supuesto, tomar al pie de la letra lo que dice el refrán: “fácil es recetar, difícil es curar”.